sábado, 25 de agosto de 2012

Juguemos


-               - ¿Dónde estás? ¿Qué haces? – grita a pleno pulmón, con una ira interna que termina en sollozo, desesperada. No obtiene respuesta – Que ¡¿dónde estás?! ¡¿qué haces?!

De nuevo, nada. Sólo la suave brisa del mar y el roce de la arena en sus rodillas, que le han vuelto a fallar. Esta noche el mar es sumiso y ajeno a sus problemas, ciclópeo pero burlón, o eso le parece.

-              -  Seguro que estás con ella… – susurra con esfuerzo, esbozando una sonrisa.

Ni siquiera es consciente de sus pensamientos, de hecho, ni siquiera está pensando. Se trata de la puesta en marcha de su subconsciente, que la somete a un bucle si bien más estático que reflexivo. Sumerge sus manos distraídas en la arena. Ha conducido hasta aquí para hacer algo, pero no sabe qué o quizás no quiere admitir que lo sabe.

-              - Se ha ido con ella, otra vez.

La inmensa oscuridad de la noche se funde con su ser, haciéndola consciente de la existencia de un nuevo mar, ése que anida en sus adentros, que la ahoga y le filtra hasta los huesos, que arrastra el sentimiento.

Ella, cuán cuadriculada era, minuciosa hasta el más mínimo detalle, cometió un error: se dejó llevar. Dicen que las heridas sanan, pero nadie cuenta que el dolor permanece aletargado, oculto tras una vestimenta rudimentaria del más puro sarcasmo y cinismo hasta hacernos creer que la pena se ha desvanecido.

Ha sido todo un juego y ella un simple peón, el soldado a primera línea en el campo de batalla. Él, ¡cómo rompió sus esquemas! ¡Cómo esquivó la ecuación! Uno más uno, no siempre son dos. El sentimiento que hasta no hacía mucho era desconocido, es para ella, un error divino con un trasfondo sublime: puro entretenimiento para los Dioses.  Menudo mundo titiritero. Pero por poco tiempo, pues no saben lo que han hecho.

Sube al coche de nuevo, se ha equivocado de destino. Jamás había hecho relinchar tanto esos caballos. Si ella iba a ser un número impar en la ecuación, entonces, no habría ecuación. La libertad  era suya, esta vez le tocaba mover a ella.

No fue hasta que lavó sus manos ensangrentadas, que supo que la muerte y la vida sólo existen para que alguien saboree el poder al jugar con ellas, mientras Hades ríe y Afrodita llora.



                                             

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