viernes, 16 de marzo de 2012

Obsidiana

Y decía Nietzsche: “(…) los sentidos. Estos no mienten ni del modo que creían los eleáticos ni como Heráclito creía: no mienten en modo alguno. Lo que nosotros hacemos con su testimonio, esto y sólo esto introduce la mentira en ellos, (…). La <razón> es la causa de que falseemos el testimonio de los sentidos.” Porque los sentidos son el guía de esta aventura que llamamos vida, o deberían serlo por encima de la razón, si bien no convertirse tampoco en un entusiasta empedernido.

Pongamos las cartas sobre la mesa; siempre sabemos qué queremos, sabemos qué es lo mejor para uno, al menos en un futuro inmediato. Es la razón pues, la que nos inculca el miedo y la duda. Planteamos infinitas preguntas cuya respuesta conocemos y que a su vez negamos, al adornar el ojo del alma con un velo que derriba la franqueza del espíritu. La razón nos hace creer que podemos elegir, cuando la verdad es que sólo nos hace retrasar la puesta en escena de lo que nuestro corazón ya había decidido. Siento decirlo, pero las infinitas conexiones que debe hacer nuestro cerebro le otorgan una característica vital: el pensamiento es lento, señores.

He decidido pues, no decidir. Me rindo ante el vigor de la Obsidiana negra que son tus ojos del poder volcánico forjados. Si bien la razón me dice que no es lo que debo elegir