domingo, 22 de enero de 2012

- El arquitecto del sueño


En esta época agotadora, interminable e infumable de exámenes que cada vez odio más y cuyo resultado, cada vez me proporciona menos orgullo, inevitablemente siempre me vienen sentimientos que aunque parecen muy lejanos, ni siquiera se han ido aún y aunque así fuera, no debo olvidarlos.




- El arquitecto del sueño
El sonido de la alegría inunda sus oídos, tintineantes vocecillas que aumentan cada vez más su tono; risas de un pequeño constructor.

El puente, de un gris pero a la vez resplandeciente blanco lunar, encaja perfectamente con la pieza base, rectangular, de color negro azabache. Pongámosle un tejado triangular ¿por qué no? Triangular da un toque más rupestre. Queda bien, haremos que en vez de un puente, sea un túnel. Perfecto.

Al lado, millas y millas de incontenida libertad, se trata de llanuras con las que poder trabajar. El arquitecto, encuentra unos cuantos cubos blancos y unas piezas de aspecto piramidal que son idóneas para formar las primeras casas, que desperdigadas y siendo su primera siembra, recogen todas las miradas.

El camino continúa y con el tiempo, esas verdes extensiones se funden en una construcción maravillosa, lo humano y lo natural pactan en harmonía. La Naturaleza cede unas hectáreas, el arquitecto decide comunicar las casas y escudriña en su baúl encontrando baldosas de diferentes colores, es divertido; y ¿por qué no? Poner unas cuantas casas más, pero esta vez más altas, cubos que encajen con más cubos y algo de grandioso verde que de sombra, que ayude a guarecerse a la vez que servir de hogar a otros hijos de la Naturaleza. El arquitecto se compromete a que sus creaciones licuen dentro de las posibilidades que se le han dado, proyectando pinceladas que se le antojan esculpidas por un ser divino, él mismo. La ciudad crece,  y el pequeño arquitecto lo hace con ella, pero no sin nuevos planes.

La ciudad parece elevarse fantásticamente hasta el cielo, rodeada de contrafuertes esmeralda y bajo el  blanco vaporoso de las nubes, parece que el arquitecto ha logrado entrar en la ataraxia que sólo siente cuando en observar su creación, ve que todas las piezas encajan. Mal hecho. La ingenuidad es su talón de Aquiles, de nada sirve construir algo que se puede derrumbar si no se tiene en cuenta que no todo depende de él. El nombrado cincel divino al que había osado aspirar, no es más que un burdo pincel de oreja de buey. Se ha permitido el lujo de creer que todas las estructuras que había diseñado eran infalibles, firmes como secuoyas centenarias que forman un uno con la tierra.

Lamentablemente, el cosmos se rige por el caos. Así pues, la Naturaleza sigue su curso y el verdadero sino de nuestro, ya no tan pequeño arquitecto, empieza a asomar.

La ciudad comienza a ser destruida y un manto de piezas de lego recubre tristemente lo que antes fue una ciudad colorida y llena de vida. La substituye ahora una necrópolis que contiene los fantasmas de sus fantasías.
Cronos le ha hecho ver a nuestro joven arquitecto, que los sueños no son cimientos verdaderos. Pero bueno, todo era un simple juego.

Nuestro arquitecto vuelve al mundo real, observa desde la ventana de su habitación las diferentes fachadas de los edificios, la pequeña arboleda cerca de su hogar, el gentío, que le sorprende ensimismado viendo las hojas de los árboles caer, creando una particular lluvia otoñal. Se estremece todo su cuerpo, ¡son tan parecidos a los de sus sueños! Y en ese momento se da cuenta, un sentimiento de nostalgia le asalta. No debía de haber sido un simple juego, debía de haber sido su realidad. 

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